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Sentidos cutáneos

 El tacto.




El sentido del tacto es mucho más que una capa de piel; en ella tenemos receptores que envían mensajes por todo nuestro cuerpo por medio de neuronas.

En el cuerpo tenemos unos 5 millones de receptores bajo la piel. Cuando sientes dolor, presión o calor, estos receptores envían señales eléctricas a las neuronas que transmiten el mensaje hasta el cerebro mediante la médula espinal. La función principal de estos receptores es proteger el cuerpo. Cuando, por ejemplo, los receptores avisan de un estímulo de dolor o de frío, el cerebro reacciona con una orden adecuada, ya sea apartarse de la causa del daño o comenzar a tiritar para subir la temperatura.


SENSACIONES RECONFORTANTES.



Desde un suave beso donde te has golpeado hasta la mano cálida en la barriga, el tacto tiene un poder balsámico más allá de la propia piel. Hay estudios que prueban que un contacto cariñoso ayuda a mejorar la comunicación.


FORTALEZA EMOCIONAL. 

El suave contacto de la piel al poner una crema protectora como NIVEA Creme transmite al niño una sensación de seguridad y confianza. Aplicar una loción masajeando todo el cuerpo suavemente los ayuda a relajarse después del baño y además crea un vínculo afectivo entre padres e hijos.

EL PODER DEL TACTO EN EL DÍA A DÍA.

El sentido del tacto tiene un efecto reconfortante y tranquilizante tanto en niños como en adultos, sobre todo en momentos de ansiedad o enfermedad.


¿Sabías que...

los bebés desarrollan el sentido del tacto mucho antes de nacer? También lo usan para orientarse y reconfortarse, por esa razón recomiendan a las madres mantener un contacto íntimo con el bebé recién nacido.


El sistema somatosensorial en acción. 



El sistema somatosensorial es el responsable de que percibamos estímulos como el calor, el dolor, la presión y el movimiento.
Funciona mediante una red de receptores repartidos por todo el cuerpo que se activan al recibir estímulos como calor.
El cerebro recibe la información de estos receptores a través de las neuronas, que envían señales por la médula espinal, y está así permanentemente informado de lo que sucede en todo el cuerpo. Una vez recibida la información, el cerebro la decodifica e interpreta de qué tipo de estímulo se trata: dolor, tacto, frío o calor.









¿Qué es el tacto?


El tacto es un sentido pasivo que no podemos usar a voluntad.
Es uno de los sentidos humanos, compartido con otros animales superiores. Permite percibir las cualidades de los objetos y medios, tales como la textura, presión, temperatura y dureza.
También es el que nos permite sentir ciertos estímulos que luego se convierten en placer y en dolor.
Es un sentido clave y tan vital como la vista o el oído, pero mucho menos visibilizado y más difícil de estudiar. Esto quizá se debe a que es un sentido pasivo que no podemos usar a voluntad, a punto tal que muchas veces ni siquiera lo asociamos con las sensaciones concretas que nos permite, como el frío o el dolor.
Se emplea el término tacto como metáfora en las relaciones interpersonales, para referirse a una comunicación empática, delicada o considerada: “Decirse las cosas con tacto”, por ejemplo, significa hacerlo de buena manera, sin lastimarse.



¿Cómo funciona el tacto?

[  ] Este opera en base a las sensaciones internas del cuerpo, formando parte del sistema sensorial, que está permanentemente activo en el ser humano.

[  ] Es un sentido que funcionaría incluso si nos privaran de los demás.

[  ] Opera en base a la confluencia del sistema nervioso y de la piel, nuestro órgano más extenso.

[  ] Utiliza una importante y diversa cantidad de receptores que transmiten al lóbulo parietal del cerebro, encargado de descifrar los estímulos nerviosos y proporcionarles una respuesta.

[  ] También opera en base a las sensaciones internas del cuerpo: el movimiento, la presión, el dolor, todo es registrado por el sistema nervioso, que nos tiene constantemente alerta sobre el estado de nuestro organismo.

Órganos involucrados en el tacto. 



En la epidermis se hallan los pigmentos que brindan a la piel su color particular.
El tacto no se encuentra confinado a un órgano principal, como ocurre con la vista o la audición. Por el contrario, se extiende a lo largo y ancho de nuestra piel y nuestros tejidos internos.

La piel es de suma importante para el organismo. En primer lugar, es una barrera protectora que nos aísla y comunica selectivamente con el afuera. Por otro lado, nos mantiene constantemente informados sobre la temperatura ambiental, sobre los daños que sufrimos o sobre los objetos que tropezamos.

Cuenta con sensibilidad por toda su superficie, pero concentra sus receptores especializados en algunas zonas específicas. Por ejemplo, la lengua o la punta de los dedos son particularmente sensibles. Por otro lado, los genitales son la zona más sensible, ya que son responsables de las sensaciones placenteras del coito, necesarias para la reproducción.

Nuestra piel consta de varias capas de tejido especializado que se halla en constante renovación. Cada una posee sus propios mecanismos de mantenimiento. Dichas capas son:

Epidermis. La capa externa de la piel, donde se hallan los pigmentos que le confieren su color particular (la melanina) y en la que están los poros que permiten su lubricación y refrescamiento (sudoración).
Dermis. La capa intermedia, es abundante en terminaciones nerviosas, vasos sanguíneos y glándulas de dos tipos: sebáceas (encargadas de segregar el sebo que lubrica la piel) y sudoríparas (encargadas de segregar el sudor que enfría y limpia la piel). Allí también están los folículos pilosos, de donde salen los vellos.

Hipodermis. La capa más interna, llamada tejido subcutáneo (“bajo la piel”), consiste en un conjunto de tejidos grasos que cumplen funciones de reserva y de células defensivas del organismo.
El sentido del tacto no se ubica en las capas externas de la piel sino en la intermedia, donde se hallan los receptores nerviosos.

Receptores nerviosos. La piel posee distintos receptores nerviosos, cada uno especializado en un tipo de sensación: tacto, presión y temperatura.

Mecanorreceptores. Una serie de receptores especializados que transmiten la diversa variedad de sensaciones táctiles, ya sea provenientes del exterior (exteroceptores, como los corpúsculos de Meissner, los receptores de Merkel, los corpúsculos de Krause y los corpúsculos de Ruffini) o provenientes del interior del cuerpo (interoceptores, como los corpúsculos de Pacini y también los de Ruffini).

Termorreceptores. Aquellos receptores especializados en la percepción del frío o del calor del medio ambiente.

Nociceptores. Aquellos receptores que perciben el dolor y lo transmiten al cerebro como una sensación de urgencia.
Cada tipo de receptor de la piel transmite su información nerviosa al cerebro mediante un tipo puntual de fibra nerviosa.



Tres tipos de sensaciones.


Las sensaciones percibidas por el tacto son de tres tipos y se transmiten al cerebro por vías distintas:


Sensibilidad protopática. La más primitiva y poco diferenciada, responde a las sensaciones más gruesas y amplias, como el dolor, el frío o calor extremo. Es la primera en reaparecer luego de lesiones en los nervios.

Sensibilidad epicrítica. La más fina, localizada y exacta, permite apreciar estímulos de poca intensidad, permitiendo reconocer formas y tamaños.

Sensibilidad termoalgésica. Aquellas que se vinculan con la temperatura y el dolor.


El tacto es fundamental para la vida.

Nos alerta constantemente de la situación en que nos encontramos, de la situación de nuestro entorno y nos da una señal de peligro en caso de que nos hagamos daño: el dolor.

Sin dichos estímulos, podríamos realizar acciones sin saber que nos estamos lastimando, o nos costaría mucho más determinar ciertos estímulos corporales. Además de ofrecernos los placeres asociados al tacto, este sentido nos permite comunicarnos con otros seres humanos, a través de abrazos, apretones de mano, etc.

Córpulos de Pacini.
Los corpúsculos de Pacini registran la presión en la piel.
Los encargados de registrar la presión en la piel son los corpúsculos de Pacini. Suelen acumularse en áreas próximas a las articulaciones, en tejidos profundos y en las mamas y los genitales. Son gruesos, con forma de cebolla, y son muy sensibles a la vibración o la variación. Su concentración en el rostro lo hacen particularmente sensible.

Temperatura.
tacto - temperatura
Los corpúsculos de Ruffini se acumulan mayormente en la lengua.
Los encargados de registrar la temperatura en la piel son los corpúsculos de Ruffini. Se encuentran por debajo de la piel y son capaces de informar tanto de las subidas como las bajadas de temperatura.

Dolor.
Los receptores especializados en el dolor se denominan nociceptores. Se encuentran muy repartidos por la piel, haciendo énfasis en las zonas más vulnerables, ya que su misión es alertar al cuerpo de las lesiones sufridas lo más rápida y focalizadamente posible, para evitar la fuente del dolor.

El tacto y el cerebro.
El cerebro recibe en cada lóbulo parietal todas las emisiones nerviosas provenientes del costado contrario del cuerpo. Para ello dispone de dos áreas sensibles, llamadas áreas somatosensitivas (I y II) que ocupan distintas porciones de cerebro.

Estas áreas permiten dos tipos de percepción:

Autopercepción consciente. La que notamos y diferenciamos activamente.
Autopercepción inconsciente. Es una percepción pasiva, que registra el mundo a nuestro alrededor o el dolor ante alguna situación.




Enfermedades que afectan el tacto.



Algunas afecciones comunes del tacto son:

Hiperestesia. Percepción exagerada de las sensaciones táctiles, debido a un trastorno de percepción, que ocasiona reacciones desmedidas ante el menor estímulo.

Hipoestesia. Lo contrario al anterior: una notoria disminución en la capacidad para percibir los estímulos táctiles, haciendo que todo se perciba muy mitigado o lejano.

Anestesia. Ausencia total de estímulos táctiles en alguna región del cuerpo.

Hiperalgesia. Aumento desmedido de la sensación de dolor, haciendo que todo duela más y que se responda de modo desproporcionado al grado de daño infligido.

Hipoalgesia. Lo contrario: ausencia de la percepción del dolor, lo cual impide al individuo darse cuenta a tiempo del daño que se causa o recibe, o haciendo que se lo perciba como menor de lo que realmente es.












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